
Onironautas

Con algo de los colosos que poblaron las últimas fantasmagorías de Goya, o como versiones curtidas de los arcángeles del tenebroso y dorado barroco criollo, los onironautas viajan por varios horizontes. Hieráticos pero ágiles, andróginos, con cuerpos de matrona vivida — casi de Madre Coraje — o de púgil cansado, y con alas de hechura exquisita pero demasiado pequeñas para volar, nos sorprenden con sus destrezas extravagantes. Instruyen pájaros y mariposas, dejándose instruir de los mismos; nos sorprenden con sus revelaciones y clarividencias, con sus compañeros inesperados; calculan las trayectorias de almas y de astros conjurando músicas sublimes de donde no las había antes. Brujos, monjes-guerreros, bailarines místicos, mohanes iniciáticos, los onironautas son lo que nuestras visiones — y no nuestro intelecto — nos digan que son.
Terra Humana Terra Cota

Las piezas que integran esta serie han sido pasos y amagues en la búsqueda del sempiterno ideal escultórico de extraer expresión y vida de la arcilla, el material más antiguo al que haya recurrido el hombre para expresarse a través de formas y volúmenes, y aquel que en sus colores naturales mejor capta la amplia gama de las tonalidades humanas. El sencillo planteamiento técnico inicial - empezar las piezas en el torno y seguirlas modeladas - me ha llevado a explorar varios recuadros de vida íntima: como un mirón insospechado que observa desde la cerradura, he querido atrapar en la terracota momentos mínimos y a la vez tan preñados de sentido que puedan inspirar al espectador una historia completa, una vida entera.
Muros Habitados

“Muros habitados” toma su inspiración de dos fuentes principales.
En primer lugar, es un homenaje al período de madurez de la formidable pintora hispano-mexicana Remedios Varo (1908-1963). Los óleos fantásticos de la última fase de Varo están poblados de presencias inesperadas que brotan de las paredes o del suelo, que se esconden y mimetizan entre follajes sombríos o bien están sólo insinuadas en los pliegues de una cortina o de un mantel de comedor.
La segunda fuente de inspiración es el embrujo de la vieja fotografía analógica en blanco y negro, de aquellas fotos antiguas tan calculadas para las que había que sentarse en la penumbra de un estudio, que se imprimían en hermosos cartones teñidos y estampados con pan de oro y a menudo estaban dedicadas de puño y letra de los retratados para amigos o parientes como recuerdo en aquellos tiempos que eran –si cabe– quizás aún más inciertos y azarosos que los nuestros, pero tal vez por ello más misteriosos. Es en particular la intensidad espectral de esas miradas tan lejanas en el tiempo la que un poco se ha perdido con la espontaneidad que permite la fotografía digital, tan ubicua en estos días.
“Muros habitados” es así una invitación a dialogar con aquello y aquellos que nos escrutan desde detrás de la superficie del mundo visible.
Cosas de Mujeres
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“Cosas de Mujeres” intenta rescatar el idioma del barro, uno de los medios de expresión artística perdurable más antiguos a los que el hombre ha recurrido.
En un mundo en el cual la escena del arte está dominada por el concepto, es decir, por la noción de que la idea, el mensaje o el interrogante detrás de una manifestación artística son más importantes que su atractivo sensorial, su ejecución o el conocimiento del oficio reflejado en la misma, “Cosas de Mujeres” se propone, con suprema humildad, servirse de temas sencillos y eternos como pretexto para explorar las constantes preocupaciones artísticas por la forma, el gesto, el movimiento y el cómo dotar de emociones humanas a la materia inerte.
“Cosas de mujeres” deliberadamente se distancia así de los objetivos de la vanguardia artística con plena conciencia y no pretende cuestionar al espectador, sino sumergirlo en la belleza de las formas y en la antigua y sensual fuerza tectónica del barro.
Las escenas de “Cosas de mujeres” provienen de una vida cotidiana imaginada, legendaria y arquetípica, difícil de identificar en términos de momento histórico o una localización geografíca precisas, pero aún así – o quizás por ello mismo - frescas y espontáneas al captar momentos de vida e intimidad entre mujeres.
De otras series

Como se enamoró Florentino Ariza de Fermina Daza, de niño me enamoré yo de la escultura, pero como pasa tan a menudo con los primeros amores, después de tantas aventuras pasajeras y de las bregas distractoras de la vida, volví a ella con la devoción completa que se merece sólo de viejo: como a Florentino, sin embargo, la idea de volver a ella nunca me dejó. Estas fotos dan una muestra de aquellos momentos furtivos que en mi juventud supe sustraer al trajín del día a día para dedicárselo a ese viejo — y ahora renovado — amor.
Toda mi obra — podrá verlo quien visite estas páginas — es de alguna u otra manera una variación sobre la figura humana, una veta que no me canso aún de explorar, y que sigue conmoviéndome.